Idénticamente diferentes
Dicen las Ancestras,
que hombres y mujeres somos idénticamente diferentes, dicen que en tiempos inmemoriales, el sistema en las tribus era matriarcal.
Reinaba el respeto y el orden. Parecía que cada uno tenía su espacio. Las sacerdotisas hacían sus rituales de sangre, ofrecían su luna a la madre tierra para fertilizar y obtener mejores recursos.
Pero con el tiempo el hombre
empezó a sentir que no tenía su poder reconocido, se sintió despreciado, utilizado y empezó a usar la fuerza para conseguir algo más de espacio, se pasaron de frenada y con los siglos la mujer perdió su lugar, su dignidad y a sí misma.
El hombre ganó y empezó el tiempo del patriarcado.
Los sacerdotes continuaron haciendo sacrificios de sangre pero en este caso la sangre salía de los animales e incluso se habla de sacrificios humanos.
La mujer se quedó en segundo plano,
meramente como objeto de reproducción y cura. La masculinidad descargó toda su frustración en ella, la subyugó y anuló.
Dicen que El universo es cíclico
y ahora, empieza una nueva era en la cual, igual que le pasó al hombre, la mujer reclama su espacio y lo conseguirá.
Esperemos que no se nos escape de las manos y podamos ver la maravilla de la diferencia, lo precioso de compartir y lo perfecto de la armonía que hay entre los dos pulsos.
De nosotros depende que encontramos el equilibrio entre la dualidad, que entendamos que el respeto empieza por un mismo y así se expande completamente. Que hombres y mujeres no somos iguales pero somos lo mismo, por suerte, y que en esta diferencia hay la clave.
No necesitamos mujeres masculinizadas ni hombres feminizados. Solo necesitamos que cada uno sepa quién es y actúe en consecuencia y con respeto, sabiendo que, en esencia todos somos lo mismo aprendiendo los retos del cuerpo en el cual vivimos.
Entendamos que no necesitamos demostrar nada, solo necesitamos SER y así desde la calma y la armonía y sabiéndose cada uno reconocido en su lugar precioso, podamos hacer de la tierra un lugar mejor donde convivir.
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